Agua que corre lenta

El don de decir de Coromoto Renaud se articula al eje de sus anteriores poemarios y se sostiene en su «agua que corre lenta» exponiendo desde su particular naturaleza verbal lo que se mueve en lo profundo y lo que discurre en lo externo, para retomar, sin falla, la médula de su “hacer” poético, “hacer” que ha afinando concienzudamente en su discreto, introspectivo y diferenciadísimo cauce de su escritura, con fuerza redoblada. En sus poemas, alegóricos o nó, se inquieren lémures de lo ancestral, la historia personal, el impacto del desconcierto, la fronda de la esperanza, la tradición, la aniquilación de lo público, la expiación. El escritor José Balza expone la pertinencia de la voz poética de Coromoto Renaud en el prólogo que acompaña el poemario: «Lúcida y aguda, de manera casi natural, la aptitud reflexiva de Coromoto Renaud afronta su territorio primordial: las palabras, instrumento y elisión, reflejo fugaz y compensación fija para expresarse. Con ellas, lo sabe la autora, se anuda el silencio, la espera, pero también con ellas –su sonido– adviene el cataclismo (tiembla el universo), se crea el caos; hasta que se logre ese raro orden que es el poema. Y entonces las palabras irradian, son el mundo, convencen a su propia creadora o al lector. Estalla el milagro de la soledad radiante, del texto compartido».